28 mayo 2011

Dos años de indignación


Caricatura de Forges

Recuerdo la primera vez que me sentí profundamente indignada. Ocurrió a principios de mayo del año 2009 en la escuela Julián Besteiro, donde participaba en un seminario de Periodismo Solidario auspiciado por la Oficina de Acción Solidaria y Cooperación (UAM) y Escuela de Periodismo UAM-El País.

El seminario se titulaba Palestina: identidad, resistencia, paz y los ponentes que lo formaban eran muy diversos, cada uno indispensable para el posterior debate. Lo mejor del seminario (y de los que se celebran cada año en el recinto) es que brinda la oportunidad de hablar cara a cara con los ponentes en una mesa redonda, donde cada uno expresa su opinión.

Aún tengo muy presente esa sensación de pequeñez que me invadía cada vez que hablaba el arabista Pedro Martínez Montávez  o cuando narraban sus experiencias Teresa Aranguren o Maruja Torres, o el escalofriante relato de Alberto Arce recién llegado de Gaza, que nos dejaba sin aliento con su  to shoot an elephant. Nadie quedó indiferente ante las palabras de Raji Soruani, ni de los activistas de las organizaciones no gubernamentales. Si queréis echar un vistazo a la lista de participantes, podéis hacerlo aquí.

Aquel torrente de ideas prendió como la pólvora. Hubiese preferido que todo aquello hubiera llegado en pequeñas dosis porque asimilarlo no fue fácil. No era fácil asomarse al abismo en tan poco tiempo. Volvía a casa como alma en pena. No podía dejar de darle vueltas en la cabeza a todo lo que había escuchado. 

Palestina se me descubrió desnuda, como una dama que desvela sus secretos más profundos de la noche a la mañana. Descubrí la poesía de la resistencia, descubrí su identidad escondida entre décadas de injusticia, descubrí un drama diario que no cesaba desde hace un siglo. Descubrí mi más absoluta ignorancia, que me aplastaba cada vez que los escuchaba.

Pronto descubrí que muchas de aquellas personas vivían con ese peso desde siempre. Sería imposible hacer una síntesis de las charlas, pero os dejaré estas dos ideas que no quiso dejar pasar el arabista Pedro Martínez Montávez: la primera, que la causa esencial del conflicto es la desestructuración, es decir, el desmembramiento que por culpa del colonialismo ha dividido a todo el mundo árabe; y el segundo, que en esta región hay Estados-nación jóvenes en países viejos.

También se habló del papel fundamental que juegan el lenguaje y la memoria. El lenguaje como instrumento para describir la realidad más auténtica; las lenguas como llave para alcanzar otras identidades. La memoria, por su parte, fundamental como ejercicio de reflexión constante de las causas que motivan un suceso, contextualización y reconocimiento de las injusticias que nunca llegaron a juicio de nadie.

Si hoy quería rescatar este seminario es porque efectivamente el testimonio en primera persona de aquellas personas me abrió las puertas a lo que vendría después. Recuerdo, por ejemplo, que me aterraba la idea de que el mundo árabe nunca volviera a revelarse. Sentía cierta envidia de Maruja y Teresa que habían conocido “la suiza de Oriente Medio”, como llamaban entonces al Líbano, y me quedaba un nudo en el estómago cada vez que dejaban caer que eran “otros tiempos”.

Porque, ¿qué pasaba si nunca volvían a revelarse? Yo me negaba a creerlo. Lo harían y yo debería estar preparada para cuando llegara ese momento.

Manifestantes en la plaza Tahrir de El Cairo 
dando las gracias a Facebook.
Entonces, apenas se habló de las redes sociales. Nadie se imaginaba todavía el papel que jugarían tan sólo dos años más tarde. Estas redes han sido sobrevaloradas durante los últimos meses. Muchas veces se desprendía de los medios de comunicación que facebook había sido el instrumento que había provocado la caída de Ben Alí y de Mubarak. Sin embargo, fue el trabajo diario de los activistas del mundo árabe durante los últimos años la clave para explicar este fenómeno que se ha denominado Primavera Árabe.

Lo que las redes sociales han aportado al pueblo árabe es un vínculo común donde expresar su indignación. Todo se iba gestando lentamente detrás de los políticos que no los representaban. Y así, las redes sociales permitían el diálogo entre la sociedad civil de Túnez, Egipto, Bahrein donde se compartían opiniones y propuestas hasta que llegaron a ser los auténticos espacios de libertad de expresión que los jóvenes no tenían en sus respectivos países.

El ser humano se ha ido deshumanizando de tal forma que hemos tenido que recurrir a Internet para recordarnos que somos seres sociales y que no debemos permitir que alguien tome la palabra por nosotros. Ese es exactamente el valor de las redes sociales, que contribuyen a la comunicación horizontal. La información ha dejado de ser unidireccional. La interactividad es el nuevo paradigma que debe transformar a la sociedad, porque es la mejor forma para enriquecer y enriquecerse.

Manifestantes rezando en el Reloj Nuevo 
de la ciudad de Homs (Siria) el día 18 de abril



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Cuando empezó la revolución en Siria, yo estaba allí estudiando árabe. Me acordé de aquel seminario y no me sentía preparada en absoluto. Ahora me resultaba irónico haberme preguntado alguna vez por qué no se revelaban. El pueblo sirio se estaba levantando en directo ante mis ojos y el régimen lo abatía a balazos. Me sentía impotente. Homs era y es una ciudad convulsa, llena de jóvenes que han perdido el miedo a salir a la calle y piden a gritos la caída del régimen.

Tener que volver y dejar aquello ha sido duro. Pero no debería sentirme inútil. Debería dejar de obsesionarme por no haber acampado en Sol desde el primer día con una pancarta apoyando la revolución Siria, debería acordarme de lo feliz que me hace entender el árabe en las noticias. Debería pensar más en el futuro, que lo habrá, porque las balas no silencian las ideas. Debo seguir estudiando Historia y aprendiendo lenguas. Y cuando el tiempo sea propicio y triunfe el sentido común de una vez por todas en Siria, estaré preparada. Entonces podré sentirme un poco menos indignada.

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