21 julio 2011

Los kurdos, orígenes e historia (I parte)


La identidad es la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. Negar la identidad propia de un individuo puede ser nefasto, pero negar la identidad de un pueblo es una tragedia. El kurdo es un pueblo olvidado y su tierra, el Kurdistán, una territorio repartido entre 5 países: Turquía, Irán, Irak, Siria y la antigua Unión Soviética, ahora dentro de las fronteras políticas de Azerbaiyán y Armenia.

Los kurdos suponen el mayor pueblo del mundo sin Estado propio. Sus orígenes se remontan al imperio Medo hace más de 30 siglos, en un territorio de 500.000 kilómetros cuadrados que comprende desde los montes Tauro de la Anatolia oriental, en Turquía, hasta los montes Zagros del oeste iraní y el norte de Irak. Este subsuelo tiene una de las mayores reservas acuíferas y petrolíferas de Oriente Medio, algo clave para entender las divisiones territoriales políticas de Kurdistán, sobre todo a partir de la Primera Guerra Mundial.

Orígenes del pueblo kurdo

El mundo es un gran caleidoscopio y sólo lo saben los únicos que se atreven a mirar desde diferentes perspectivas. Las imágenes cambian dependiendo del lado por donde miramos pero los objetos que las componen son siempre los mismos. La verdad es el objeto, nunca la imagen.

Las leyendas mitológicas, las religiones e incluso la historia son las imágenes que disponemos para acercarnos a la realidad, imágenes que muchas veces parecen contradecirse. Acercarse a la esencia, es decir, al orígen de las cosas, es problemático porque siempre nos faltarán piezas. Es como sumergirse en el mar y bucear hacia las profundidades: unos descubren un barco hundido, otros encuentran especies marinas de millones de años, otros quizá un tesoro escondido... pero nunca disponen de la imagen completa del fondo del océano. Sólo el conjunto de imágenes arroja alguna luz sobre el objeto de estudio.

Los kurdos y su historia es el producto final de miles de años de evolución continua, así como de asimilación de las ideas de nuevos pueblos que se establecieron alguna vez en Kurdistán. Se desconocen los principios de su historia pero gracias a los hallazgos arqueológicos sabemos que fue precisamente en Kurdistán donde el hombre dio sus primeros pasos hacia el desarrollo de la agricultura, la domesticación de los animales, el mantenimiento de registros, el desarrollo del tejido, al alfarería, la metalurgia y la urbanización, entre 12.000 y 8.000 años atrás.

La evidencia más antigua de una cultura unificada y distinta que habitaba las montañas kurdas es la cultura Halaf, cuyas características se han observado en el yacimiento de tell-halaf (yacimiento ubicado en el norte de Siria). Esta cultura se remonta a 8.000 y 7.400 años de antigüedad  y su dominio sería reemplazado, casi un milenio después, por la cultura hurrita. Este periodo hurrita duró desde 6.300 hacia el 2.600 años atrás. No me extenderé mucho más pero algunos intelectuales afirman que el legado hurrita sigue siendo el elemento más importante de la cultura kurda hasta la actualidad, ya que se forma la infraestructura de todos los aspectos de la existencia kurda, de su religión nativa, de su arte, su organización social, la condición de la mujer, e incluso la forma de su guerra de milicias.

La teoría más aceptada es que los kurdos son los descendientes de los Medos, un imperio fundado por Deikes en el 701 a.C al anexionar todas las tribus medas bajo un solo estado. Más tarde, el imperio Meda, que duró tan sólo 128 años, sería conquistado por Ciro el grande, fundador del imperio persa aqueménida y que a su vez fue conquistado, en el 332 a.C, por Alejandro Magno.

La situación geográfica de lo que hoy llamamos Kurdistán dominaba  el camino este-oeste que se conocía en la Edad Media como la Ruta de la seda. Por tanto, controlaba el comercio entre ambos continentes y su tierra era fértil y rica en productos agrícolas. Pronto se fundaron muchas nuevas ciudades y pueblos, entre ellas las que hoy conocemos como Teherán e Isfahán.

Los medos se enfrentaron primero a los asirios y luego a los aqueménidas, por los que fueron derrotados en el año 550 a.C. Nazanín Amirian, la autora del libro “Kurdistán: El país inexistente”, dice que “la primera referencia que se tiene de un término parecido (a lo que hoy entendemos por los kurdos) es en el libro Anábasis. En él, su autor Jenofonte narra las aventuras del regreso a Grecia de lo que había quedado de los 10.000 mercenarios griegos reclutados por Ciro para luchar contra su hermano Artajerjes II en el 401 a.C. El historiador griego menciona que en el trayecto de casi cuatro mil kilómetros hasta la casa, conocieron un pueblo llamado Kardouchoi, que se negaba a obedecer al gobierno central iraní, e incluso en una ocasión había derrotado a los 120.000 soldados enviados por uno de los monarcas persas para reprimir su rebelión. De este modo, los kurdos entraban en la historia con una aureola de coraje y firmeza.”

Sin embargo, no todos los historiadores coinciden en que los kardouchoi sean los antepasados de los kurdos. Otros piensan que pueden ser de los kartvélianos, los actuales georgianos, y otros de los Hulubís y los Gutis de las montañas de Zagros. Imágenes distintas que se contradicen porque no podemos apreciar el objeto en su conjunto. Más allá de un estudio exhaustivo de su historia, los kurdos presentan una gran diversidad  en sus rasgos físicos, lo que imposibilita afirmar la existencia de una raza kurda. Además, la falta de colaboración por parte de los estados en los que vive este pueblo dificulta la investigación, así como los intereses de los nacionalistas kurdos, deseosos de fabricar una imagen del pueblo kurdo homogéneo y uniforme, ignorando las influencias que cada región ha recibido de los países vecinos.

Por tanto, la existencia de un pueblo no depende tanto de sus rasgos étnicos, sino de la lengua, las costumbres y un sentimiento de solidaridad presentes en su memoria.

Con la muerte de Alejandro Magno (356 a.C), la región Kardouen cayó bajo el dominio de Selucos, para pasar a formar parte, entre los siglos I y II a.C., del estado armenio. En el transcurso de los siguientes siglos, hasta la conquista árabe-musulmana en el siglo VII d.C., Kurdistán es el terreno de disputa entre persas, romanos, armenios y bizantinos.

Durante la Edad Media, los kurdos disfrutaron de una relativa libertad. En el año 1138, los libros de la Historia recogen el nombre de un conocidísimo personaje de familia kurda, Saladino, originario de Dvin. Como muchos kurdos en aquella época, su padre era soldado al servicio de los gobernantes sirios y mesopotámicos. Tras caer en desgracia y ser expulsados de la Armenia Mediaval en el año 1139, el padre de Saladino y su tío, se pusieron al servicio de Zengi, señor de Mosul y Alepo, que había unido bajo su mando la zona norte de Siria e Irak.

Saladino heredó de su tío el califato Fatimí de Egipto, que lo disolvió y se proclamó Sultán de Egipto. A la muerte de Nur al-Din se hizo también con el poder en Siria, al norte hasta Armenia, al oeste Mosul y el Kurdistán, así como gran parte de los Estados Cruzados (incluido Jerusalén). El Sultán kurdo, líder del estado más poderoso de Oriente, fallece en Damasco, uno de lo más grandes héroes del Islam.

También vivió durante aquellos años el historiador kurdo Ali ibn al-Athir, famoso por escribir La historia completa, un libro islámico clásico compuesto alrededor del año 1231 y que es conocido como uno de los trabajos histórico-islámico más importantes.

A partir del auge del Imperio Otomano en 1299, el Kurdistán fue fragmentado en dos Estados: el otomano y el persa. En la parte otomana, los feudos kurdos mantuvieron una amplia autonomía hasta el siglo XIX. Durante este siglo la injerencia otomana en los feudos kurdos provocó fuertes tensiones con las autoridades que desembocaron en diversas rebeliones de carácter independentista desde 1806 hasta 1880.

En 1908 se produce la Revolución de los Jóvenes Turcos, durante la cual se intensificó la persecución de las minorías kurda, griega y armenia de Turquía. Al final de la Primera Guerra Mundial, en la que apoyaron a los aliados contra el Imperio Otomano, los kurdos lograron por medio del Tratado de Sèvres el reconocimiento de la independencia de Kurdistán. Sin embargo, este acuerdo internacional nunca se ratificó y fue sustituido por el Tratado de Lausana, que partió el territorio kurdo entre Turquía, Irák, Irán y Siria.

Conclusiones principales

Después de haber leído el libro “Los kurdos, Kurdistán: el país inexistente” de Nazanín Amirian rescaté del libro dos ideas fundamentales para entender por qué se dividió Kurdistán: el primero, por los intereses geográficos de la zona y la gran cantidad de petróleo que esconde bajo sus dominios. Irak, Turquía, Siria, Irán y Armenia se repartieron las tierras de los kurdos y muchos de ellos se vieron obligados al exilio. En Siria, por ejemplo, la práctica totalidad del petróleo se extrae de la zona kurda del país. Además, no interesaba que los kurdos se quedaran en las zonas de donde proceden los principales afluentes de Oriente Medio: el Tigris y el Eúfrates. Agua y petróleo, las principales riquezas expropiadas a los kurdos.

Segundo, a lo largo de la historia la religión ha contribuido a la unión de los pueblos, pero con el coste de la herencia cultural de las minorías, como es el caso de los kurdos. Un ejemplo claro lo encontramos personificado en el gran Saladino, que era kurdo, pero que nunca estuvo interesado en defender sus orígenes porque era ferviente musulmán y para él prevalecía la umma (la comunidad de creyentes) que el sentimiento nacional. Además, una minoría kurda practica una religión cuyos orígenes son preislámicos, con el consiguiente rechazo y persecución por parte de los musulmanes que esto supone.

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