11 enero 2015

Sobre Charlie Hebdo, Siria y la libertad


Querido primo,

No he podido olvidar la última vez que nos vimos. Fue en la casa de los conspiradores, cuando esa palabra, mundas, todavía representaba una revolución palpitante, llena de vida, que hoy está sepultada por bloques de hielo. Aquel día te encontré allí, en la casa de Samhar, cuando aún vivía, y sentados en el patio enseñabas los vídeos que habías grabado el día anterior al resto de la familia. Eran mediados de abril y la primavera empezaba a crecer sobre la tierra aunque se acercara para nosostros un largo invierno. Allí estabas tú y los demás, sentados en el patio interior, al aire libre, sin esconderse, enviando aquellas imágenes a los canales por satélite, para que el mundo viera los primeros muertos de la represión del régimen.

No he podido olvidar esas imágenes porque representan todo por lo que después hemos pasado. El 18 de abril del 2011 una gran multitud se congregó en una mezquita de Homs para canalizar la ira causada por el asesinato de dos jóvenes. Tu estabas allí. Desde que los cuerpos sin vida salieron por la puerta hasta que los llevaron al cementerio, mientras pedían a gritos justicia y acabaron en la plaza del Reloj Nuevo. Eran centenares, hombres y mujeres. Hacía calor y los jóvenes se tiraban unos a otros agua, festejando que por fin terminara el miedo, exigiendo por fín una libertad que nunca antes habían experimentado, que ahora reclamaban con el ímpetu de generaciones silenciadas. Era comprensible el júbilo. Tú grabaste sonrisas, palmas, gritos, himnos de que el pueblo permanecería unido, promesas de que las protestas serían pacíficas. En aquel ambiente era fácil creer lo imposible.

Luego llegó la noche, la oscuridad, donde se pueden cometer atrocidades. Donde la impunidad puede arrollar los espíritus más fuertes, como el tuyo. Aunque no estabas dispuesto a entregarte fácilmente. Te quedaste cuando todos te pedimos que no lo hicieras. Te quedaste para grabar el horror, ese del que acabamos acostumbrándonos. Quizá lo hiciste para no acostumbrarte, porque no podías soportar la idea de que la violencia en Siria siempre había sido Ley, y lo seguiría siendo. Te quedaste cuando comenzaron a llover balas, bailando sobre vuestras cabezas, en su juego macabro por quitaros la vida. No querían testigos del deseo de libertad de un pueblo. Y eso implicaba matar a muchos.

Te quedaste y las balas jugaron a incrustarse en las paredes de Homs. Tú grabaste sus huellas, también los agujeros de la metralla en los cuerpos de jóvenes como tú, ensangrentados, que eran transportados por otros hacia un hospital, de esos pocos que eran seguros. Allí te enfrentaste por primera vez con la muerte y ella te vió y no te olvidó. Nunca sabré si sabías que la muerte te andaba buscando y si, en algún instante de los meses que te quedaban de vida, tomaste La Decisión. Esa que cuando uno toma ya no hay vuelta atrás. Esa decisión al que uno siempre se enfrenta al menos una vez en la vida y determina la existencia. Y creo que sí, porque desde entonces grabaste muchas más concentraciones. Te imagino en la cama aquella noche del 19 de abril, intentando dormir, dando vueltas, porque ya sabías que el compromiso tenía un alto precio. Y lo asumiste.

Así, como aquel día, la revolución que ciudadanos como tú empezasteis, se convirtió en tragedia. Durante estos cuatro años, todo lo peor que podría ocurrir, como tu muerte, se hizo realidad. El infierno y la pesadilla se instalaron a vivir entre nosotros. Todas las líneas rojas que se impusieron al régimen fueron violadas, todas las reuniones para instaurar soluciones políticas fueron saboteadas, todas las promesas de ayuda a los civiles incumplidas, todos los actos más macabros que jamás habíamos podido imaginar se cumplieron: los sirios murieron torturados, por armas químicas, de frío, de hambre, de miseria. Cuatro años después, un tiro en la cabeza como el que tú recibiste, parece hasta misericordioso comparado con la deshumanización, la guerra, la sangre fría, el abandono del mundo entero que ignoró nuestras demandas y olvidó nuestro sufrimiento.

Pero yo no te he olvidado. Y ahora, cuando piden, no piden, exigen, que los musulmanes del mundo árabe salgan a la calle en repulsa por el asesinato de los 12 periodistas del Charlie Hebdo -deleznable y repulsivo donde los haya-, y cuando les oigo decir que el Islam tiene un problema con la civilización occidental, y cuando se les llena la boca de una supuesta superioridad moral, yo me acuerdo de ti y me pregunto si alguno, uno sólo, hubiera sido capaz de hacer lo que tú, y muchos como tú, hicisteis en Siria por defender la libertad.

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