22 septiembre 2012

La carta de recomendación del aspirante 57

'El pueblo' con Ghalia Sarakbi. |  Jaber AlAzmeh

Hola. Soy la carta de recomendación del aspirante 57. Como sé que las posibilidades de que usted lea mi currículum son relativamente escasas, he decidido ser original en un arrebato de sinceridad. Quiero confesarle cosas que nunca encontrará en mis referencias.


Me licencié en periodismo porque nunca he querido ser otra cosa. Me gusta dedicarme a las cosas que me apasionan. Muchas personas me aconsejan que sea práctica, que me olvide de mis inalcanzables ideales, que busque un puesto de oficina, con horario fijo y un sueldo que cubra todas mis necesidades. Pero no. He asumido el riesgo.

Nacer utópica no me ha impedido descubrir la vida real. No. Aunque nunca he pasado hambre y siempre he tenido una casa a donde regresar, sé que la necesidad es violenta. Eso  mismo le dijo que pasaría el valeroso Héctor a su mujer Andrómaca  si no vencían a los aqueos:

"Muchas contrariedades padeciendo, pues sobre ti se ha de cernir entonces, violenta y dura, la necesidad".
La necesidad es violenta. Yo misma soy el resultado de necesidades cubiertas. Mis padres se conocieron mediante el instinto de la necesidad, porque no había un sitio para ellos en la tierra que los había visto nacer y crecer. Mi sangre tiene un aroma a tierras lejanas, a jazmín y aceitunas. Y quizá yo he sido muy egoísta tomando el relevo de sus destinos paralelos, sabiendo que soy el producto de sus esfuerzos personales, sus sacrificios necesarios y sus merecidas recompensas. Sí, soy cabezota. Me empeño en escribir. Sobre todo después de que las heridas de mis orígenes mataran a tantos inocentes y tantos periodistas. Escribir es mi forma de mantenerlos vivos.

Ahora debo sacrificar todo lo que tengo para caber en lo que soy. Ser la voz de los que no la tienen y dejarse la piel. Probablemente no sea la mejor preparada, que hay otros que escriben mejor, otros que tengan más experiencia, pero le pido algo: escoja a quien esté dispuesto a irse al fin del mundo para contar una historia. Invierta en eso, antes de que muera este periodismo renqueante, podrá decir que hizo lo que pudo por salvarlo.

Hoy terminan mis prácticas en un periódico que me ha enseñado mucho: que las noticias hay que salir a buscarlas, que un titular puede destruir una buena historia, que el periodista se hace a base de crónicas diarias, que hay silencios que matan y ruidos que adormecen, que la violencia vende, que el mundo está lleno de injusticias, tantas que uno piensa que no merece la pena seguir contándolas hasta que descubre los pequeños milagros: una superviviente, un testigo, una víctima, un héroe o una heroína. Hay personas genuinas que son la excepción en el mar de las maldades y el santo grial que nos inspira. Personas que llevan a sus espaldas nuestras entradillas. Personas que deben ser inmortalizadas en los libros de historia.

Y eso que contar la historia a través de sus historias es una osadía. ¡Qué atrevimiento por mi parte! Yo tan poquita cosa y aspirando a tanto. Pero, ¿qué sería del mundo si no hubiera personas volcadas en lo que hacen? Lo único que pido es una cama en la que pueda caer exhausta tras pasarme todo el día escribiendo algo que importe. Eso es vivir. Sufrir, pasar calamidades, todo sea para salvar al periodismo y con él, las voces que no llegan. Admiro a la gente que hizo la maleta y partió para contar historias, yo quiero ser una de esas personas afortunadas.

Mientras usted tira esta carta, yo voy a seguir escribiendo. Ya sabe, es lo que tiene nacer utópica, sigo creyendo en los milagros. Pero no se olvide: contribuya en el salvavidas del periodismo. Con eso es suficiente.

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